EL MAMULENGO DE CHICO SIMOES
Dentro de su intención de presentar diferentes maestros titiriteros solistas del mundo, La Puntual ha presentado estos días al “mamulengueiro” Chico Simoes con el espectáculo “O Romance do Vaqueiro Benedito”.
Hay que explicar, antes que nada, que “Mamulengo” es el nombre que se da al teatro de títeres popular de Brasil, que todavía se mantiene con vida gracias a titiriteros como Chico Simoes, aunque cada vez son menos los maestros dedicados a este arte tradicional.
Había ya visto una vez Mamulengos en un viaje a un festival de Brasil hace muchos años (en Nova Friburgo), y la verdad es que no me acordaba demasiado del espectáculo. De ahí mi interés en ver de nuevo a un maestro brasileño, anunciado como uno de los mejores.
Debo decir que ver actuar al Mamulengo Presepada (“fanfarrón” en portugués, nombre de la compañía) de Chico Simoes fue una auténtica gozada, una delicia y un reencuentro con la mejor vena de la tradición titiritera de toda la vida, esa tradición de cuyo común tronco han nacido los teatros-personajes (pues ambos son indisociables) de Pulcinella, Punch, Polichinelle, Aragosi (en Egipto), Cristobita, Don Roberto, Petrushka, Kasperl, Mobarak (en Irán) y tantos otros que existen por las geografías del mundo. Y la verdad es que fue una gratísima sorpresa, pues recordaba al Mamulengo más “hablador” y menos “habilidoso” en sus evoluciones escénicas.
Chico Simoes es realmente un “maestro” de los de verdad, a una altura comparable a la de los Pulcinellas de Bruno Leone y Salvatore Gato, al Don Roberto de Joan Paulo Cardoso, o a los mejores Professors of Punch and Judy que he conocido a lo largo de mi vida titiritera. Y si he hablado de estos nombres es porque la teoría que dice que todos estos teatros surgen efectivamente de un mismo tronco común vital, se cumple al pìe de la letra viendo a Chico Simoes con su teatro, moviendo sus muñecos y dándoles vida con la voz y con la música de una armónica que toca mientras manipula. La vitalidad del más refinado arte titiritil está en este Mamulengo rápido y preciso, con gestos exactos, rutinas coreográficas magistralmente interpretadas y bien punteadas por la armónica y los golpes percutivos de pies, manos o de los mismos muñecos. Las persecuciones y los juegos entre los títeres son impecables y sin abuso de la reiteración, todo medido por un sentido espontáneo y preciso de ritmo y sonido.
Pero dónde la faena se eleva aún más hacia las altas cumbres del buen arte titiritil es en los cambios de voz y en la definición de los personajes, con una excelente capacidad rítmica de la improvisación y del “parloteo musical” que convierte la función en un constante desternillarse de la risa. Chico Simoes hace hablar a sus personajes con los espectadores a través de equívocos y de juegos constantes de palabras, con lo que se mete rápidamente al público en el bolsillo.
El argumento es de lo más sencillo y de esa sencillez es de dónde se destila la feroz vida de los personajes, algunos dotados de una flema jocosa y socarrona, otros atrapados por el puro nervio vitalista de la más extremada síntesis teatral. El Vaqueiro Benedito es de estos últimos, con su torito clásico que permite un sinfín de juegos y rutinas coreográficas (con pedo incluído). Muy cerca según cómo de la “tourada” del Don Roberto, y a la vez muy distante de la misma, libre de la compulsión tauromáquica tan típicamente ibérica. Se nota que proviene de un país grande dónde confluyen tradiciones de varios continentes, y dónde se percibe el “relajo” de una cultura de “gran aliento”.
La historia del amor de Benedito con Margarida proviene del fondo milenario y sintético de la tradición titiritil amorosa: todo pasa a una velocidad de vértigo, y la consecuencia de estos amores es el inevitable bebé, que sea mea, mea a los padres y mea al público. Un tema emparentado con todas las tradiciones del género (recuerden al bebé del Punch, de Pulcinella, de Karakoz …). Destaca el personaje del Capitao Joao Redondo, padre de Margarida, el “malo” de la historia, más preocupado por el toro que por la hija. Su aparición propicia la de la Boa, que el público de La Puntual confundió con un cocodrilo, ocupando el mismo rol que éste tiene en el Punch and Judy así como el de los dragones y otros animales de boca grande que se abre y se cierra tragando todo lo que encuentra por delante. Cómo no, la Boa se come al Capitao Joao Redondo, y será finalmente el Vaqueiro Benedito, su yerno, quién lo sacará del apuro. Otro personaje interesante es el Bumba-Meu-Boi Estrela, así como el viejo negro cuyo cuello se estira dos metros, personaje éste de origen africano, según nos contó el titiritero al acabar la función. Igualmente impactante fue la aparición de una Muerte representada por la cabeza esquelética de una cabra, popular personaje brasileño muy utilizado tanto en los títeres como en su formato grande en los pasacalles de determinadas festividades locales. Se cumplió aquí también una ley propia de casi todos los teatros de títeres populares, de introducir al personaje de la Muerte en sus historias (aunque aquí adquiera nombre propio y pertenezca a un folclor concretro).
Ah, y tratándose de un titiritero brasileño, no podía faltar el baile: casi todos los personajes bailan y cantan en uno u otro momento, con exquisita gracia.
El teatrillo de Chico Simoes es elegante y a la vez popular, con unos elementos de bambú que le dan un aire alegre y arquetípico. Su sencillez es eficaz, no le sobra ni le falta nada, cómo así debe ser. Al acabar, pude ver por dentro el teatrillo y lo que más me gustó fue la maleta, repleta de fotografías y recuerdos de sus viajes, dónde el titiritero iba guardando uno por uno sus títeres.
Un placer y un verdadero lujo poder asistir en Barcelona a una representación de tan alto nivel, a cargo de un maestro de los de toda la vida, aún joven, para suerte suya, del público y del arte titiritil. No se lo pierdan. Últimas funciones: hasta el 15 de octubre, a las 20h. ¡Y por sólo 8 euros!
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